domingo, 17 de octubre de 2010

El último soldado en el cuartel

Virginio Vidal Guerra Guerra, quien acumula 95 años de vida, recuerda su ingreso a las fuerzas armadas en el gobierno de Carlos Prío Socarrás y su condición de guardia rural en la dictadura de Fulgencio Batista. Asegura no haber practicado abusos ni maltratos y sí haber ayudado a salvar revolucionarios en la última etapa de la insurrección cubana.
  “Yo veía las películas de guerra y me llamaba la atención el porte militar. Siempre me gustó andar “empaqueta´o” y montar un buen caballo enjaezado. Eso fue lo que motivó mi ingreso en el ejército a finales de los años 40 del siglo pasado. Eso sí, nadie puede decir que maltraté o cometí abusos amparado en el uniforme”.
“Costó trabajo que me aceptaran porque mucha gente sabía que mi padre y hermanos tenían ideas revolucionarias”.
El ambiente donde desarrolló la adolescencia y la juventud lo estimuló a seguir los ideales familiares. A raíz del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 empezó a conspirar a favor de la Revolución, a lo que le ayudó su condición de miembro de la guardia rural en la Capitanía de Sancti Spíritus.
“Cuando me aceptaron como militar me mandaron al Cuerpo de Aviación, luego pasé al de Artillería, ambos en La Habana; pero gracias a un primer teniente que estuvo en Taguasco y me conocía pude venir para Santa Clara y más tarde, a mi tierra natal”.

COMPROMETIDO CON LA CAUSA REVOLUCIONARIA
En más de una ocasión Virginio les salvó la vida a integrantes del Movimiento, ya fueran del 26 de Julio o del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
“Yo sabía que Ordenel Bernal, un vaquero de la finca Badaló en las cercanías de la Loma del Obispo, donde se encontraba el campamento del viejo guerrero Pompilio Viciedo, estaba suministrando alimentos a esa tropa. 
   “En el cuartel había sospechas sobre él. Me enteré que le iban a registrar  las lecheras. Rápidamente fui a verlo a su casa y le sugerí que cargara poca leche, como si la fuera a llevar sólo para su casa. Así lo hizo y pudo escapar.
“En otra oportunidad me mandaron a detener a un joven revolucionario y conducirlo al cuartel. Si lo hacía lo iban a torturar y hasta podían matarlo. Llegué a su casa, pero él no se encontraba en ese momento…”.
Relata la anécdota como si volviera a vivirla:
“Oiga, le dije a su mujer, déjeme entrar. Ella se asustó mucho. No se ponga nerviosa, le manifesté. Tengo la orden de llevarme a su esposo. Dígale que se pierda. Mañana van a registrar aquí. No comente esto con nadie porque me puede costar caro.
“Al otro día varios guardias fuimos a la vivienda de aquel muchacho. Me hice el malo, me tiré del jeep, me viré la visera de la gorra hacia arriba y dije en voz alta: Yo voy pa’l patio. Actué así porque pensé que el hombre podría estar allí y le sería más fácil irse por detrás. Una vez en el lugar le hice una seña a la mujer y casi al oído le pregunté por el esposo. Por suerte me respondió que ya se había ido y agregó: “Usted es el que estuvo aquí…”. No le dejé terminar la frase, le puse la mano en la boca y le dije: Cállese que me va a desgraciar”.

LA CONVENIENCIA DE TENERLO EN EL CUARTEL
En una ocasión se reúne un grupo del Directorio, organización de la cual era ya un activo militante clandestino, y plantean la necesidad de que Virginio marche definitivamente al Escambray para que sirviera de instructor a los alzados dados sus conocimientos militares, pero con acierto Horacio “Piro” Abreu, coordinador en Sancti Spíritus del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, se opuso porque era más útil entre las filas enemigas al tener información de distintas operaciones, movimientos de los soldados, etc, y así podía comunicarlas al Frente Guerrillero en las montañas y a quienes se desempeñaban en la lucha en la ciudad.
La buena letra que poseía y la facilidad para redactar informes posibilitaron que fuera elegido como investigador de delitos comunes que presentaban en el juzgado. También fue considerado un guardia integral dentro del cuartel. Cuando había visitas de alto rango militar era seleccionado con el fin de atenderlas en el comedor. Sus ardides lo alejaron de varias operaciones contra los rebeldes. Además la labor dentro del recinto militar le permitía oír conversaciones reveladoras de diferentes acciones que se llevarían a cabo y en consecuencia alertar a los que estaban comprometidos con la causa revolucionaria.
   Su arrojo en el servicio a la Patria llegó a tal punto que al estar de custodio en un polvorín situado a la salida de Sancti Spíritus para El Jíbaro sustrajo 50 pies de mecha y 14 cartuchos de dinamita con sus correspondientes fulminantes, todo lo cual entregó a integrantes del movimiento clandestino.
Gracias a su pericia el Movimiento tuvo conocimiento de la ofensiva que se preparaba sobre el Escambray en 1958, en la que participarían varias fuerzas batistianas como el regimiento de Camagüey.
En aquellos momentos se arreciaban las acciones; registros, detenciones, torturas y asesinatos estaban en el orden del día.
“Una noche nos acuartelaron y no podíamos salir por ningún motivo. Conocí que iban a detener al compañero Félix Torres Luján, luchador clandestino y que también se registraría la farmacia del doctor Fortún. Me las vi feas para avisar. Le supliqué a la posta para que me dejara salir. Si me sorprenden en la calle, le manifesté, ten por seguro que diré  que salté el muro del cuartel. Por suerte no me vieron y pude cumplir el objetivo”.
“Luego de una escaramuza con soldados de la tiranía en la zona de Banao, Ramón Pando Ferrer, coordinador del Directorio en la provincia de Las Villas, logra evadir la persecución del ejército. En horas de la madrugada llega a una vaquería y pide leche. Un empleado lo delata y cae en manos de los batistianos, quienes lo conducen al cuartel.
“Cuando vi a Pando me llamó la atención. Era un hombre apuesto, de mirada profunda. Lo sacaron con las manos atadas a la espalda. Él caminaba con firmeza, se le veía sin miedo y dispuesto a todo. Lo condujeron hasta las lomas y lo mataron simulando un combate”.

EL DÍA DE LA LIBERACIÓN DE SANCTI SPÍRITUS
Los barbudos, como cariñosamente llamaban a los rebeldes en las montañas, entraron en Sancti Spíritus el 20 de diciembre de 1958 para liberar a la ciudad. Las tropas de la tiranía se refugiaron en el cuartel y en horas de la tarde del 23, como consecuencia del acoso a que eran sometidas, decidieron marcharse a Jatibonico, pero el soldado Virginio se quedó escondido con el propósito de unirse a sus verdaderos compañeros de lucha.
“Abrí la puerta de un escaparate y me agaché detrás de ella, de manera que si me descubrían les diría que tenía un fuerte dolor de estómago, entonces seguramente me hubieran dejado porque estaban locos por irse”.
Con el fusil Springfield colgando hacia abajo, 140 balas y una pistola oculta en su cuerpo abandonó la principal guarida de la tiranía en la ciudad del Yayabo.
“Cuando salí por la parte de atrás me sorprende una pareja de rebeldes que me da el alto. No estaba muy convencida de mi identidad por lo que me condujeron ante el capitán Armando Acosta, jefe de las tropas que tomaron y liberaron a Sancti Spíritus.
“Él me hizo varias preguntas, entre ellas que si la comida estaba envenenada. Le dije que no sabía, pero lo alerté de un cable con corriente de alta tensión que los guardias pusieron en una parte del cuartel para matar a nuestros compañeros cuando entraran.
“Se me dio un salvoconducto para andar por la ciudad y me uní al Ejército Rebelde, como eran mis deseos”. Algunos serviles del régimen de turno pensaron que el triunfo de la Revolución era temporal y un supuesto tribunal de ex batistianos lo condenó a muerte.
 “Si me hubiesen juzgado ante un tribunal hubiera dicho que no era un traidor porque en el juramento que hice a la bandera me comprometí a defender mi Patria y a vidas y propiedades tanto del Estado como de particulares y en aquellos momentos se estaba matando a personas indefensas, por lo tanto fui fiel al juramento que hice, del cual nunca me arrepentiré, ni tampoco de haber sido miembro del Ejército Rebelde”.

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