martes, 12 de octubre de 2010

Un nombre sin mancha


Arroyo Blanco, entonces barrio de Sancti Spíritus, vio nacer el 4 de agosto de 1865 a Sabás Raimundo, a quien las circunstancias históricas le hicieron torcer el rumbo de su vida casi al final de los estudios de la enseñanza superior por los que había optado luego de cumplir 22 años de edad.

Sobre ese momento él apuntó:
“Corría el mes de noviembre de 1892; cursaba yo el quinto año de la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana cuando llegó a esta ciudad el viejo patriota comandante Gerardo Castellanos con una misión especial de Martí; pero al mismo tiempo me traía un recado de mi hermano Serafín que deseaba verme… No me hice esperar, pues tomé el primer vapor que salía para Cayo Hueso.
“Coincidió mi visita con la llegada de José Martí a Cayo Hueso para redactar las cartas que dirigió a todas las personalidades connotadas de la isla, ya fueran jefes de la Guerra del 68, ya autonomistas de significación dentro del Partido. Para tan larga y trabajosa tarea se necesitaban amanuenses que escribieran con soltura y corrección.
“Esas condiciones las encontró Martí en Gualberto García, Luis de la Cruz Muñoz y en mí, por lo que fuimos elegidos para llevar a cabo ese trabajo, que fue obra de un mes y medio escribiendo durante el día, y a veces hasta altas horas de la noche. El propósito de volver a mis libros enseguida había fracasado”.
Raimundo fue uno de los siete varones y tres hembras que pudieron llegar a la edad adulta entre los 22 hijos del matrimonio espirituano Sánchez Valdivia.
También tuvo el privilegio de recibir una decorosa cultura general porque la escasa enseñanza de la época impidió la educación de toda la prole a pesar de la riqueza de aquella familia, cuyo árbol genealógico envolvía a una parte de los habitantes de esta demarcación territorial.
El torbellino de la Revolución que preparaba Martí lo entusiasmaba y sugestionaba. De labios de su hermano Serafín (Mayor General de las gestas mambisas) bebió afirmaciones y del Maestro adquirió sabiduría patriótica.
Al amanecer de enero de 1893 salió a cumplir su primera misión: traer a Cuba cartas y circulares para destacados jefes de la contienda del 68. Se convertía a partir de ese momento en misionero de guerra. Después de realizar útiles viajes es detenido en su natal Arroyo Blanco, pero el cabo de la Guardia Civil le ayudó a escapar y así pudo marchar al exilio.
Máximo Gómez empezó a enviar órdenes para sus compañeros en la isla. Serafín recibe instrucciones de transmitirlas de acuerdo con Martí. Era preciso enviarlas con un hombre de entera confianza a fin de evitar fracasos. Raimundo se brinda, sin embargo la propuesta fue rechazada inicialmente puesto que estaba circulado por las autoridades, pero él insiste y al fin es aceptado.
Parte hacia La Habana a cumplir la riesgosa misión en diciembre de 1894, dos meses antes del golpe decisivo. Un inspector nombrado Aquiles Solano lo reconoce al efectuar la revista de pasajeros. Lo manda a un salón contiguo. Le dice que conoce de sus actividades y Raimundo se intranquiliza, pero el funcionario lo calma:
“Antes que nada –le expresa Aquiles- sepa que está hablando con un cubano. Le voy a permitir que se vaya, porque usted es un joven sin experiencia; pero dígale a Martí y a Serafín que hagan las cosas con más cautela, pues me están comprometiendo con los comisionados que mandan casi públicamente”.
A pesar de que el deber revolucionario dejó trunco sus estudios universitarios, la pasión por la Medicina y los conocimientos adquiridos en la carrera hicieron que ejerciera los mismos desde el exilio y en la manigua redentora. Al enterarse en Cayo Hueso de una afección que sufría la madre le escribió a su hermana Josefa:
"Mucho nos apena y hasta nos tiene impaciente el infortunado percance de la vieja... Aunque supongo que ya habrán consultado a Salas, voy a indicarle la línea de conducta que deben seguir, en caso de no haberlo hecho.
"Si el tumor es blando é indica presencia de pus, pondrán sobre él cataplasma de linaza, renovándolas de tiempo en tiempo y cuando ya esté bastante maduro con un simple piquete quedará curado, si por el contrario es duro y sin pus, entonces harán uso de la pomada que a continuación formulo..."
Al organizarse la expedición militar encabezada por Serafín y Carlos Roloff para arribar a Cuba a mediados de 1895, Raimundo integró el Cuerpo de Sanidad junto al doctor Fermín Valdés Domínguez, entre otros médicos y practicantes.
En sus pertenencias traía un recetario que contenía 112 fórmulas creadas por él para combatir distintas enfermedades que podían presentarse en la tropa como parasitismo, fiebre tifoidea, sífilis, tiña, sarna y jaquecas, entre otros.
Permaneció regularmente al lado de Serafín de quien fue ayudante y médico de su cuartel general. También fue nombrado inspector de sanidad de la Primera División del Cuarto Cuerpo. Al terminar la guerra ostentaba el grado de coronel.
Su actitud le hizo merecedor de distintos cargos a finales del siglo XIX y principios del XX; el de jefe de policía en Sancti Spíritus de 1899 a 1900, alcalde de la ciudad en 1905 y administrador de la Zona Fiscal en 1909 fueron algunos de ellos.
Durante el gobierno de José Miguel Gómez se le conoció como el "Mirlo Blanco" por su conducta intachable.
Quienes estrecharon relaciones con él lo conceptuaban como hombre culto, poco propicio a las discusiones, adicto a la familia, talentoso. Aunque nunca pudo graduarse ejerció como médico en la práctica. El 5 de octubre de 1928 falleció víctima de un accidente cerebrovascular que, según algunos investigadores, él llegó a diagnosticarse.
Su cuerpo sin vida fue sepultado al lado del de su jefe y hermano mayor, Serafín Sánchez, en la necrópolis espirituana.
Llevó sus sentimientos revolucionarios hasta en el amor carnal al contraer matrimonio con América, hija mayor del heroico mambí Ramón Leocadio Bonachea, cuya unión constituyó una pura cepa patriótica.
Su actuación inmaculada fue fiel a los íntimos deseos que esbozó en una ocasión: ¡Oh! y si muero, aquí en la tierra queda mi nombre sin mancha.

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